Cuando las redes se convierten en un obituario: el efecto e impacto emocional ante las tragedias

Por Rosa Escoto

En los últimos años, las redes sociales han tomado un papel protagónico en la forma en que nos informamos, compartimos y procesamos las tragedias. Lo que antes era espacio para conectar, celebrar o inspirar, se ha convertido en un gigantesco muro de despedidas, donde la muerte y el dolor se replican con la velocidad de un clic.

A diario, las plataformas se llenan de mensajes de duelo, fotos de personas fallecidas, videos desgarradores y titulares que apelan al morbo más que a la empatía. La inmediatez digital nos ha hecho testigos constantes del sufrimiento ajeno, y sin darnos cuenta, hemos normalizado el dolor colectivo como parte del consumo cotidiano de información.

Cada tragedia, cada accidente o feminicidio, se convierte en tendencia. Y en ese proceso, olvidamos que detrás de cada nombre hay una familia destrozada que debe enfrentar su duelo mientras el mundo opina, comenta y comparte. La línea entre la solidaridad y la exposición se diluye peligrosamente.

Pero hay un efecto más profundo y silencioso: el impacto emocional que este constante bombardeo de tragedias deja en quienes observan. Muchas personas, especialmente jóvenes, desarrollan ansiedad, miedo o insensibilidad ante el dolor. Se produce una saturación emocional, una especie de agotamiento empático que nos aleja del verdadero sentido de la compasión.

La muerte se convierte en noticia, y el duelo en contenido. Sin embargo, como sociedad debemos detenernos a pensar: ¿desde dónde estamos acompañando el dolor ajeno? ¿Con empatía o con curiosidad? ¿Desde el respeto o desde la necesidad de ser parte de la conversación virtual?

Las redes no son el enemigo. El problema es cómo las usamos y qué tan conscientes somos del impacto de nuestras acciones digitales. Publicar menos y sentir más podría ser un buen comienzo. Volver al silencio respetuoso, a la contención, a la palabra privada que consuela sin exponerse.

Cuando las redes se convierten en un obituario, perdemos no solo la sensibilidad, sino también el propósito humano de comunicarnos para sanar, no para consumir el dolor del otro.