Cuando el cemento sustituye al verde: la huella humana en el cambio climático

Por Rosa Escoto

El ser humano, en su afán de construir, ha olvidado que su primera casa es la Tierra. Hemos cambiado los árboles por bloques, el verde por el gris, el canto de los pájaros por el ruido del cemento. Cada día se levantan más edificaciones y se destruyen más espacios naturales, como si el progreso fuera incompatible con la vida.

El cambio climático no es un fenómeno distante ni ajeno; es una consecuencia directa de nuestras decisiones. Lo que hoy vivimos olas de calor, sequías, inundaciones, pérdida de biodiversidad no es obra del destino, sino resultado de un modelo de desarrollo que ha puesto la ambición por encima de la conciencia ambiental.

El hombre ha incidido directamente en el desequilibrio ecológico: deforestando, contaminando ríos y mares, utilizando plásticos de un solo uso, quemando desechos y levantando infraestructuras sin planificación ni respeto por el entorno. Hemos olvidado que cada árbol talado es un pulmón menos, cada río contaminado es una arteria enferma del planeta, y cada residuo mal gestionado es una herida abierta en la tierra que nos sostiene.

Hacen falta campañas permanentes de educación ambiental que despierten conciencia desde las escuelas hasta las empresas. Pero también hacen falta políticas públicas firmes, que regulen y penalicen el uso irresponsable del suelo, el manejo inadecuado de los desechos y la falta de espacios verdes en las ciudades.

No se trata solo de sembrar árboles el Día del Medio Ambiente. Se trata de sembrar conciencia todos los días. Porque mientras sigamos levantando paredes donde antes había raíces, estaremos construyendo nuestro propio colapso.

Aún estamos a tiempo. El cambio empieza con pequeñas acciones: reciclar, reforestar, reducir, reutilizar. Pero sobre todo, repensar la forma en que habitamos este planeta. No heredamos la Tierra de nuestros padres; la tomamos prestada de nuestros hijos.