Por Rosa Escoto
La maternidad no siempre viene acompañada de estabilidad emocional. Detrás de muchas mujeres que son madres, hay batallas internas silenciadas por el miedo, el estigma o la costumbre. Madres que cuidan con el cuerpo pero sufren con la mente. Que intentan seguir adelante mientras la tristeza, el agotamiento extremo o la confusión mental las consumen poco a poco. Y nadie se da cuenta. O peor aún: todos lo notan, pero deciden mirar hacia otro lado.
Hoy, más que nunca, es urgente hablar de las consecuencias de no atender los trastornos mentales en madres, porque cuando ellas están en crisis y no reciben la ayuda que necesitan, la niñez queda en peligro.
Hemos visto con dolor cómo en los últimos meses han salido a la luz casos estremecedores de madres que han maltratado, abandonado o incluso arrebatado la vida a sus hijos. Historias que conmocionan al país y que siempre llegan acompañadas de una misma frase: “Ella no estaba bien”. Lo sabíamos. Lo vimos. Pero nadie actuó.
El grito de auxilio que nadie ve
Una madre con depresión, psicosis, trastorno bipolar o ansiedad severa no es un “monstruo”. Es una persona enferma que necesita tratamiento, acompañamiento y contención. Muchas de ellas no saben lo que les está pasando. Otras sí lo saben, pero no encuentran a quién acudir. Luchan con sentimientos de culpa, vacío, desesperación, ideas irracionales o la incapacidad de vincularse emocionalmente con sus hijos. Y eso no es una falla moral, es una emergencia de salud.
Pero su entorno muchas veces minimiza lo que pasa: “está cansada”, “eso es estrés”, “lo que necesita es un hombre” o “que se le pase”. Mientras tanto, los niños y niñas bajo su cuidado pueden estar viviendo situaciones de riesgo: negligencia, maltrato físico o emocional, abandono afectivo o, en los peores casos, la muerte.
Mamá es fuerte, pero mamá es humana.
Nos han hecho creer que la madre todo lo puede, todo lo soporta, todo lo resuelve. Y muchas veces, ellas mismas se colocan esa armadura para no decepcionar, para no parecer débiles, para no fallar. Pero detrás de esa fortaleza aparente puede haber una mujer rota, agotada, saturada emocionalmente, que sigue adelante mientras por dentro grita por ayuda. Ese grito no siempre se oye, pero está. Y si no lo escuchamos a tiempo, las consecuencias pueden ser irreparables. Porque mamá es valiente, sí. Pero también es humana. Y las madres también tienen derecho a quebrarse, a pedir auxilio, a ser vistas y atendidas.
La familia y el Estado no pueden estar ausentes
Los sistemas de salud y protección infantil deben ser más activos en la detección temprana, el seguimiento y el acompañamiento de madres con signos de desequilibrio emocional o trastornos mentales. No se puede esperar a que ocurra una tragedia para entonces abrir investigaciones. Los hospitales, las escuelas, los vecinos, las iglesias, las juntas de vecinos… todos podemos ser canales de alerta. No podemos seguir normalizando conductas que claramente indican que algo no está bien.
A nivel familiar, también debemos dejar de romantizar la maternidad como si todas las mujeres estuvieran preparadas o emocionalmente disponibles para ese rol. Hay que estar atentos, escuchar sin juzgar, ofrecer ayuda y no minimizar los síntomas.
Porque cuando una madre está mal y no se atiende, los niños y niñas también están en peligro.
Porque cuando ignoramos el sufrimiento de una mujer, muchas veces ignoramos también la posibilidad de salvar una vida inocente.