Por Petra Saviñón
Apenas empieza el año escolar y ya la comunidad educativa denuncia la presencia de bandas, de naciones, drogas y serios casos de burlas en los planteles.
El sistema tiene la gran tarea de asumir problemas que mal o nunca controlados están convertidos en una avalancha de graves consecuencias, que han dejado incluso muertes, y han de enfrentarse desde el aula hasta la sede del Ministerio de Educación.
Aún es tiempo de educar en el sentido amplio, extenso de la palabra y aunque algunos pregonen que la función de las escuelas es enseñar las materias de la curricula, más que claro debe quedar que son acompañantes para construir mejores seres humanos, que resultarán en una mejor sociedad.
El profesor, la profesora siempre han sido definidos los segundos padres, y la labor de un progenitor abarca más que ayudar con las tareas, aconsejan, escuchan, sermonean, aman.
Las horas que un docente pasa junto a sus alumnos, sobre todo, de la tanda extendida, son más que las que suele dedicar a sus hijos.
Por tanto, la compenetración, el vínculo establecido los une, establece una relación aprovechable para ambos lados.
La base de la educación es el amor a compartir conocimientos y ese amor es extensivo a los estudiantes ¿O es posible amar enseñar y no amar a quien recibe esa enseñanza? Si es así, entonces estamos ante simples transmisores, no pedagogos.
Las autoridades igual tienen el deber de aumentar las acciones para erradicar estos flagelos de los planteles, de fomentar la asertividad, la sana convivencia.
Todos con nuestro grano de arena.