La trampa de las “segundas oportunidades” a los abusadores

Por Rosa Escoto

En nuestra sociedad se ha instalado una peligrosa narrativa: la de que todo el mundo merece una segunda oportunidad. Y aunque en muchos casos esta afirmación es válida, hay una excepción que no admite matices: el abuso sexual contra niños, niñas y adolescentes.

Un abusador de menores no solo comete un delito, comete una traición a la inocencia, una ruptura irreversible de la confianza. No es un error común ni un “desliz humano”. Es un crimen que deja heridas invisibles que acompañan a la víctima toda la vida. Cuando se le da otra oportunidad al agresor, lo que se está haciendo en realidad es prolongar la condena de la víctima.

Seamos claros: la infancia no se recupera. La niñez ultrajada no se recompone con terapia ni con tiempo. Sí, las víctimas pueden aprender a vivir con el dolor, pueden rehacer sus vidas, pero siempre cargarán una cicatriz que nunca debieron tener. Por eso, cualquier indulgencia hacia el abusador es un acto de crueldad hacia la víctima.

Hablar de rehabilitación en estos casos suena bien en teoría, pero en la práctica significa dejar abierta la posibilidad de que haya nuevas víctimas. Y la pregunta es inevitable: ¿vale la pena arriesgar otra vida, otro futuro, otra infancia, en nombre de la compasión hacia quien ya demostró ser un peligro?

La justicia debe tener claro que no se trata de venganza, sino de protección. Los niños y niñas deben estar en el centro de nuestras decisiones como sociedad. No hay segundas oportunidades que valgan cuando se trata de proteger la niñez. Porque lo que para el abusador es una nueva página, para la víctima es un libro entero de dolor imposible de cerrar.